APORTES DE LA PULSIÓN DE VIDA DEL PSICOTERAPEUTA A LA PSICOTERAPIA
Dr. Augusto Garbari Espinosa
INDICE
RESUMEN
INTRODUCCIÓN
APORTES DE FREUD A LA PULSIÓN DE VIDA
LIBIDO NARCICISTA Y LIBIDO OBJETAL
PULSIONES DE AUTOCONSERVACIÓN
AFECTO PURO DEL TERAPEUTA
APORTES A LA PSICOTERAPIA
CONCLUSIÓN
REFERENCIAS
Fuente: http://www.psiquiatria.tv/bibliopsiquis/handle/10401/1022
RESUMEN
Este ensayo comprende una revisión, a manera de propuesta, de tipo descriptiva-comparativa cuyo objetivo es el aporte de elementos útiles a la psicoterapia. Se centra en la “pulsión de vida” y las fuentes de la información contenida radican en la concepción psicoanalítica de la mente y en mi experiencia en el manejo psicoterapéutico de pacientes (adultos y niños)
Los hallazgos del ensayo señalan que la pulsión de vida del terapeuta es un elemento que debe mantenerse presente en la sesión durante el intercambio entre las pulsiones del paciente y las del psicoterapeuta, sobre la base que los objetos mentales del paciente que se movilizan contienen elementos psicológicos destructivos, tanto para el paciente como para el terapeuta.
Así entendido, la intención del terapeuta se centra en mostrar al paciente tales elementos
psicológicos para trabajarlos, el efecto deseado es desplazar la pulsión de muerte que subyace a tales elementos destructivos y consolidarlos en elementos constructivos, cargados de pulsión de vida.
El paciente, si logra la confianza plena en su terapeuta, mostrará sus objetos cargados de
pulsión de muerte una y otra vez, la habilidad del terapeuta es proteger su pulsión de vida y dirigirla al paciente, para que éste logre la sublimación de la pulsión de muerte.
Los elementos cargados de pulsión de vida del terapeuta son un apoyo al Yo del paciente, lo que permite un trabajo terapéutico centrado en el desplazamiento y sustitución por el
paciente de sus objetos mentales cargados de pulsión de muerte por objetos mentales
cargados de pulsión de vida, en un ambiente de comprensión afectiva proporcionado por el terapeuta; de una forma simple se busca una psicoterapia donde el paciente sustituya muerte por vida.
Así entendido, el terapeuta debe mostrar al paciente los objetos mentales conflictivos,
cargados de pulsión de muerte y enseñárselos al paciente de una forma receptiva, para que éste los sublime desde un fin destructivo hacia un fin constructivo.
El mecanismo de usar la pulsión de vida del psicoterapeuta por el paciente, como apoyo a su Yo, busca superar la compulsión a la repetición del síntoma y eliminar, o al menos disminuir, el sufrimiento y malestar psíquico del sujeto.
Como se logra en la sesión lo descrito es complejo y depende de múltiples factores. En tal
sentido, sobre lo antes expuesto, este ensayo pretende profundizar sobre uno de tales
elementos “el afecto puro del terapeuta”.
INTRODUCCIÓN
Existe muy poca literatura que analice la pulsión de vida del terapeuta como elemento en la cura del paciente, de tal modo, el presente ensayo introduce un elemento novedoso de la contratransferencia, el afecto puro del terapeuta como elemento de la pulsión de vida de terapeuta para que incida en el paciente desde dos ángulos, el diagnóstico y el terapéutico.
La libido, desplazada como elemento central del psicoanálisis desde 1920 cuando aparece el ensayo “más allá del principio del placer”, recupera en este ensayo un papel protagónico en la función del terapeuta, ya que del mismo modo como la pulsión de muerte representa un elemento esencial en el conflicto del paciente, la pulsión de vida del psicoterapeuta representa un elemento fundamental en la psicoterapia.
APORTES DE FREUD A LA PULSIÓN DE VIDA
En la teoría freudiana la pulsión de vida se consolida, de forma definitiva, cuando aparece la dualidad pulsión de vida-pulsión de muerte (1920) y Freud divide la pulsión de vida en libido (Eros) y pulsión de autoconservación.
La libido representó desde el inicio del psicoanálisis el motor instintivo que organizaba y
movilizaba toda la psique (normal y anormal). La libido o pulsión sexual se constituyó, de esa forma, como el elemento central que controlaba el funcionamiento del aparato psíquico.
De igual forma, de la libido se obtuvieron las características de la “pulsión” como elemento
ubicado entre lo somático y lo biológico y cuya descarga de energía se dirige hacia los objetos mentales internos y externos. De tal modo, la libido representó la base y esencia donde se asentaba el psicoanálisis. La dualidad “libido-instintos de autoconservación” comprende la primera ambivalencia que subyacía a todo conflicto psíquico, constituyéndose tal dualidad en el primer acercamiento a las bases psicológicas del sufrimiento y malestar psíquico. De igual forma, en la segunda tópica del conflicto psíquico “consciente-inconsciente” la libido pasa a representar el factor que genera la represión, así como la responsable de todos los mecanismos de defensa del Yo, incluso, cuando Freud introduce su tesis de la metapsicología y con ella la división tópica del aparato psíquico, la libido representa el componente central del Ello, que junto a los objetos mentales reprimidos, era la responsable de la enfermedad mental.
Además de lo descrito, la teoría de la sexualidad infantil y sus pulsiones sexuales parciales (oral, anal, fálica) representan derivados parciales de la libido en el niño y son esenciales en su evolución psicológica hasta la consolidación de la pulsión genital de la libido, que representa el desarrollo pleno y maduro de la sexualidad adulta.
En tal sentido, la libido, componente fundamental de la pulsión de vida, era el centro de la
teoría psicoanalítica. Sin embargo, luego del ensayo “más allá del principio del placer” (1920) la libido pasa a un segundo plano en la organización mental y en el conflicto psíquico, ya que Freud la ubica a un nivel subordinado respecto a la pulsión de muerte.
LIBIDO NARCISISTA Y LIBIDO OBJETAL
Freud, según el destino de la pulsión plantea la división de ésta en: libido narcisista y libido objetal, esta última resulta esencial para el desarrollo del presente ensayo.
La libido narcisista, que forma parte de la pulsión de vida, es aquella que se dirige hacia el
mismo sujeto, es decir, la pulsión parte del sujeto y su destino es el propio individuo, ya sea de forma total o parcial (hacia alguno de sus elementos). La libido objetal, por su parte, comprende las pulsiones que se dirigen hacia un objeto exterior, donde el yo del sujeto puede proyectarse o identificarse.
El amor hacia la madre representa el primer desplazamiento de la libido del Yo hacia un objeto externo, es el afecto más intenso, duradero en el tiempo y que permite contener las
frustraciones del niño, tales características, entre otras, están incluidas en los elementos que conforman el afecto puro del terapeuta.
Ese afecto hacia la madre, donde ocurren las primeras y más intensas proyecciones e
identificaciones del sujeto es fundamental ya que marca la huella más profunda tanto en el mundo interno del sujeto como en la forma como se vincula con los otros. En el momento que ocurre la vinculación con el otro, radica el elemento más importante del conflicto esencial, la ruptura del narcisismo y la entrada del otro, lo que origina la ambivalencia amor-odio hacia el objeto, en el caso más primitivo e intenso, el amor-odio hacia la madre, conflicto que Freíd denominó “la roca madre” (1937)
Lo anterior resulta de vital importancia en el vínculo terapeuta-paciente, es aquí donde se
encuentra el foco del presente ensayo, el foco es el afecto del psicoterapeuta hacia el paciente que asemeja, en ciertos aspectos, al vínculo hacia la madre. Luego de la madre aparecen, durante el desarrollo del niño, otros objetos de amor-odio, tal es el caso del padre que introduce el complejo de castración y el parricidio. Además del padre, el niño comienza a relacionarse con una serie de objetos en los que se repite la ambivalencia amor-odio con el objeto. Como antes señalé, lo descrito en el conflicto arcaico y más primitivo de la psique, el amor-odio hacia la madre, es central en la forma como las pulsiones se relacionan con el sujeto y sus objetos, donde puede coexistir, en un mismo objeto, amor y odio, a pesar de ser pulsiones contrarias.
En base a lo anterior, el vínculo terapéutico genera afectos de amor y odio, tanto del paciente al terapeuta como el contrario, ya que las pulsiones son dinámicas y pueden desplazarse de un objeto a otro. Lo central, según mi criterio, es como se mueve la pulsión de vida en el psicoterapeuta, más específicamente, el énfasis radica en como se relaciona el afecto puro del terapeuta con el paciente (término a desarrollar en próximos párrafos) Este tipo de afecto, novedoso en psicoterapia, es un afecto similar a la empatía, sin embargo, es más complejo y tiene elementos del “amor de la madre hacia el hijo” pero a un nivel más maduro y evolucionado del desarrollo psicológico del ser. De igual forma implica un componente cognitivo, basado en los estudios y la experiencia del terapeuta, que permite la exploración del discurso del paciente para hallar los elementos negativos y destructivos que inciden sobre el aparato psíquico de éste. Lo descrito nos lleva a la introducción del afecto puro hacia el paciente en la psicoterapia como una vía de abordaje y tratamiento que busca reemplazar “el afecto neutro y objetivo” propuesto por Freud.
PULSIÓN DE AUTOCONSERVACIÓN
La pulsión de autoconservación ha sido y es un vacío tanto en los escritos de Freud como en la literatura postfreudiana. Ella comprende los instintos básicos de conservación del individuo y de la especie, y designa el conjunto de necesidades ligadas a las funciones corporales que se precisan para la conservación de la vida del individuo; su prototipo viene representado por la sed y el hambre. Esta pulsión de autoconservación tiene una relación estrecha con la libido, incluso, en los primeros meses del niño la libido y la pulsión de autoconservación tienen el mismo objeto, la madre.
La pulsión de autoconservación busca preservar al sujeto, como señalé, por lo que se
contraponen a la pulsión de muerte, en base a ello su acción resulta de interés al presente
ensayo, sin embargo, extenderse en el tema es complejo y difícil por la escasa literatura.
Además, la pulsión de autoconservación se ubica más en el plano de lo biológico que en el psicológico a diferencia de la libido, de todas formas su acción también incide en lo mental.
Puede argumentarse que la pulsión de autoconservación es un puente entre lo biológico y lo mental, ya que si analizamos las funciones biológicas en muchas patologías mentales se expresan a través del cuerpo, tal es el caso de la depresión donde puede estar comprometido el apetito y el sueño. Por ello, merece la pena resaltar que su carácter constructivo se relaciona con los objetivos de este ensayo, ya que comprende la preservación de la vida del sujeto y de la especie. Sin embargo, se debería hacer primero un estudio exploratorio del tema para poder abordarlo como otro elemento que aporta a la mejoría del paciente.
AFECTO PURO DEL TERAPEUTA
El afecto puro del terapeuta deriva de su pulsión de vida, más específicamente de la libido o Eros, tiene elementos del amor a la madre más se diferencia de éste en varios aspectos. Lo denomino “puro” porque éste debe estar desligado de los conflictos del psicoterapeuta, de forma especial, de su pulsión de muerte, la cual debe ser neutralizada y, en el mejor de los casos, sublimada durante la sesión con el paciente. Ese afecto puro, también debe ser desexualizado por parte del psicoterapeuta pero debe permitir que la sexualidad del paciente se presente en la sesión con ciertos límites en la transferencia, el límite básico es que no debe haber contacto físico. Su presencia en el terapeuta abarca la comprensión y contención afectiva de los contenidos negativos y destructivos del paciente y su transformación en elementos positivos y constructivos. Como señalé, pese a sus semejanzas con el afecto madrehijo tiene sus diferencias, ya que es más maduro, más evolucionado y desexualizado, entre otras diferencias, pero lo más importante es que tiene una finalidad en psicoterapia, lograr la confianza del paciente y, en última instancia, conseguir el abordaje mental del paciente y la mejoraría o cura del malestar psíquico y del sufrimiento del paciente.
La capacidad de lograr ese afecto en el psicoterapeuta es consecuencia del autoconocimiento de sus conflictos, de una estabilidad emocional, de una ética personal y de una visión amplia que permita, sin desviarse, que sus afectos puedan aparecer en la sesión. De igual forma, el terapeuta puede cultivar ese afecto en la medida que se eleve como persona en la comprensión del sufrimiento humano. Mediante esa visión amplia, ética y desligada de conceptos morales y de prejuicios, puede logarse un afecto puro que logre la confianza del paciente, detectar los elementos afectivos y cognitivos que generan el conflicto psíquico y, su fin último, actuar sobre las pulsiones que subyace al síntoma del paciente, para modificar las estructuras mentales patológicas y lograr la mejoría y, en el mejor de los casos, la cura del paciente.
De forma resumida, este afecto, comprendido en la contratransferencia, logra la confianza del paciente, la exploración en profundidad de su conflicto mental, la elaboración de éste y su resolución. De tal modo, este particular afecto del terapeuta hacia el paciente se opone a la neutralidad del psicoanalista propuesta por Freud. Dicha neutralidad implica que no debe existir vínculo afectivo hacia el paciente, sin embargo, incluso el propio Freud reconoció que tal situación resultaba imposible y por ello su afirmación de que lo ideal es tratar que lo afectivo (la contratransferencia) se lleve al mínimo posible, es decir, que metafóricamente el afecto del terapeuta no se vea “en el espejo del terapeuta”.
Este trabajo en cambio considera que si existe una contratransferencia, existen afectos del psicoterapeuta hacia los pacientes imposibles de evitar, lo ideal es dejar que se expresen, reconocerlos y manejarlos con la finalidad de ayudar a resolver el conflicto psíquico y sufrimiento del paciente.
APORTES A LA PSICOTERAPIA
El paciente que acude a psicoterapia viene cargado de pulsión de muerte, lo que hace
necesario que el psicoterapeuta deba protegerse del daño que el individuo le proyecta
masivamente, mientras más intenso es el conflicto del paciente mayor intensidad tiene la
descarga de la pulsión de muerte sobre el psicoterapeuta. Como consecuencia, éste debe
buscar que el paciente se identifique con los objetos cargados de pulsión de vida del
terapeuta, y el medio para lograrlo, como propone el presente ensayo, es a través del afecto puro del psicoterapeuta. En tal sentido, la única posibilidad sana de sobrellevar la psicoterapia es preservar la pulsión de vida del terapeuta y buscar sublimar la pulsión de muerte del paciente, el método radica en que el mismo paciente logre eliminar el círculo vicioso de la compulsión a repetir el síntoma, desplazando objetos de la pulsión de muerte hacia la pulsión de vida, y evitando que la pulsión de muerte se desplace a los objetos de la pulsión de vida.
Un ejemplo de lo explicado son las consecuencias del mal manejo de la envidia en el paciente durante la sesión. La envidia, como plantea Klein, es un elemento central del conflicto psíquico, un inadecuado manejo de ella deriva en la perpetuación y agravamiento del conflicto mental, eso suele suceder si el psicoterapeuta se muestra como el ser que tiene el supuesto saber, el ser idealizado. Esta posición del psicoterapeuta activa la envidia y genera la regresión a situaciones muy primitivas como el “odio hacia la madre” y “la culpa del paciente”. El terapeuta es un espejo, en él se reflejan las proyecciones e identificaciones del paciente, de tal manera, si dicho espejo muestra solo la pulsión de muerte del paciente y no logra mostrar elementos de vida del terapeuta, la terapia no avanza, incluso puede retroceder y hacer más daño a la psique del paciente. Así entendido, el resultado de que el paciente solo vea elementos destructivos (su envidia, su odio, su rabia, y todos los elementos asociados a la
pulsión de muerte) es la intensificación del sufrimiento y genera que el paciente perciba al
psicoterapeuta como un objeto de odio, lo cual complica la terapia.
Sobre la base de lo antes expuesto, la escucha no debe ser neutral, sin deseo y sin memoria, actitud que indicó Freud como la más indicada ante situaciones de transferencia y contratransferencia. La escucha neutral y las intervenciones objetivas carentes de afecto, a mi entender, mantienen la presencia del conflicto ya que al no haber un eco afectivo hacia el paciente, éste se encuentra ante un espejo frio, inerte e inanimado, situación que a mi entender representa la muerte del vinculo. La relación del paciente con lo inanimado es una característica central de la pulsión de muerte, la tendencia hacia la no excitación, como el propio Freud señaló.
Este breve ensayo insiste que debe haber intervenciones puntuales, impregnadas del afecto del terapeuta y cargadas de pulsión de vida, que sean “puras”, o sea, sin que intervenga el conflicto afectivo del psicoterapeuta. De tal modo, es necesario, a mi entender, mantener los elementos de vida que se mueven en la sesión, tanto en el paciente como en el terapeuta, así como sublimar nuestra pulsión de muerte para que emerja la pulsión de muerte del paciente y poder trabajarla, protegido el paciente por el vinculo afectivo del psicoterapeuta.
Dicho enfoque de la terapia asemeja a lo que Freud planteó como la comunicación de
inconsciente a inconsciente del paciente y el terapeuta, aquí se plantea la comunicación
afectiva entre las pulsiones de paciente al psicoterapeuta y del psicoterapeuta al paciente.
Esa situación, que se genera en la sesión, implica la comprensión del paciente y su malestar psíquico mediante la receptividad del afecto puro del terapeuta, que le permite recibir la carga de odio, agresividad y destructividad, las cuales, una vez expresadas, pueden ser trabajadas y elaboradas para lograr cambiar los elementos conflictivos del paciente hacia elementos positivos y constructivos donde subyace pulsión de vida, es decir, el afecto puro del terapeuta hacia el paciente representa un elemento psíquico único y particular que puede contraponerse al odio más intenso, a la rabia más destructiva, a la peor frustración y sobre todo a la envidia (todos ellos derivados de la pulsión de muerte) para devolver elementos psíquicos cargados de pulsión de vida. Además del mecanismo descrito, el reforzamiento delos elementos psíquicos de la pulsión de vida del paciente es otra forma de como pueden lograrse mejores resultados que una lucha frontal, sin fin, contra los elementos de la pulsión de muerte, esta última actitud
del psicoterapeuta lleva a la repetición compulsiva del síntoma, la cual no puede eliminarse ante ninguna intervención cognitiva, la solución se halla en la confrontación de los afectos paciente-terapeuta que se movilizan. Lo emocional (lo pulsional) es un elemento más primitivo e intenso que lo cognitivo, por lo que, si se desea llegar a los elementos subyacentes más cargados y profundos del conflicto se debe abordar por lo afectivo, tanto desde la perspectiva del paciente como desde la perspectiva del terapeuta.
Es decir, la ruptura del círculo vicioso del eterno retorno al síntoma y su compulsión a la
repetición, solo se sublima mediante un eco afectivo del terapeuta y las reflexiones posteriores del paciente en soledad, es allí donde el paciente, en el mejor de los casos, logra elaborar lo trabajado en la terapia, sobre la base que el conflicto esencial abarca la confrontación de la libido narcisista y la libido objetal, en tal sentido, muchos de los elementos del narcisismo del paciente solo pueden elaborarse en profundidad sin el terapeuta. Dado que el conflicto psíquico, en esencia, inicia con el reconocimiento de la presencia del otro y la dualidad amorodio hacia el objeto, la soledad, la pausa entre una y otra sesión, si se mantiene la transferencia, es la única forma de acercarse al conflicto central de la dualidad libido narcisista-libido objetal, que traduce en el fondo el conflicto primario con la madre (la roca madre descrita por Freud en 1937). Freud también puso el énfasis en otros complejos psíquicos además de la roca madre, los más destacados: la castración, el parricidio y la culpa, mientras que Klein introduce la envidia temprana como eje central del conflicto, vínculo de gran interés, central en la psicoterapia.
Además de los elementos señalados Jung propone que en la constelación de elementos
psicológicos del conflicto, y las pulsiones subyacentes, existe una relación con los arquetipos griegos, sin embargo, su la inclusión en ensayo implica extenderse más allá de los límites del tema a desarrollar.
El terapeuta debe esperar que el paciente traiga una y otra vez los elementos psicopatológicos y lograr una escucha que no obstaculice el flujo natural de lo dicho por éste, solo un terapeuta con un afecto puro hacia su paciente tolera la intensidad el relato de los síntomas del paciente asociados profundamente a la pulsión de muerte y solo un terapeuta con afecto puro a su paciente logra mostrarle los elementos psicopatológicos asociados a su pulsión de muerte sin producir mayor daño, y sobre la base de una comprensión más elevada lograr entender, de forma más plena lo que subyace al conflicto mental del paciente.
Un elemento esencial son las pausas (el silencio) del terapeuta permiten acompañar al
paciente en su libre asociación para que éste asome en su discurso los elementos de su
máximo sufrimiento, mediante la expresión de los símbolos, representantes y representaciones asociadas a sus afectos.
Así entendido, el terapeuta debe intervenir sobre lo afectivo en base a su afecto, que es más profundo que intervenir sobre lo afectivo en base a lo cognitivo. Lo razonado y el análisis del discurso del paciente es dejarse llevar por los mecanismos de defensa del Yo del paciente, tal es el caso de la racionalización, que se ve reforzada por las intervenciones y explicaciones del psicoterapeuta. El terapeuta conectado con su afecto puro hacia el paciente logra captar las emociones y los representantes cognitivos asociados a ellas, de forma especial, las emociones y los representantes asociados a la pulsión de muerte. Estos elementos negativos y destructivos del Yo del paciente se esconden en las cosas más pequeñas, en aquellos detalles sin importancia de lo que comunica el paciente, sin embargo esos afectos y representantes “insignificantes” están altamente cargados de pulsión de muerte y son silentes, que casi no se manifiestan en el plano consciente. Captar dichos elementos psicológicos impregnados de muerte es difícil, pero aún más difícil es modificarlos. Detrás de los síntomas que el paciente muestra hay un entramado laberintico muy extenso, que escapa al paciente y confunde al terapeuta, es una red de símbolos, de representantes y de representaciones que se alejan más y más del plano consciente, tales elementos están cargados de la pulsión de muerte y tienden
a ser silentes, y su tendencia es generar la perpetuación del sufrimiento del sujeto.
CONCLUSIÓN
La terapia es una lucha en el paciente entre la pulsión de vida con sus elementos constructivos y positivos, y la pulsión de muerte con sus elementos destructivos y negativos, esa misma lucha ocurre en el psicoterapeuta, y entre las pulsiones que intercambian el psicoterapeuta y el paciente.
La idea de la terapia es aportar elementos que logren que la pulsión de vida del paciente se dirija a más objetos mentales, sobre todos hacia aquellos cargados de pulsión de muerte. El psicoterapeuta debe buscar reflejar tales elementos al paciente mediante su afecto puro, de una forma “digerida” para que éste pueda hacerlos conscientes y así el paciente trabaje sobre ellos. De tal modo, el afecto puro del terapeuta busca ayudar al paciente a verse en el espejo de la realidad para que, de ese modo, logre sublimar la pulsión de muerte hacia fines más constructivos y positivos, como la inteligencia, la madurez emocional y adecuados modos de vincularse con los otros, es decir, la superación del conflicto mental a través de la comprensión de sus elementos destructivos y el reforzamiento de sus elementos constructivos, lo que traduce en último término la elaboración afectiva del conflicto esencial (la roca madre) En psicoterapia, al hablar de conflicto psíquico y del paciente es hablar de pulsión de muerte, y al hablar de psicoterapia y psicoterapeuta es hablar de pulsión de vida. Por ende, el espejo psicoterapéutico tiene su cara y su contracara, una cara muestra la pulsión de muerte del paciente y la otra cara la pulsión de vida del psicoterapeuta, de forma especial, su afecto puro hacia el paciente, allí radica la capacidad de poner “vida donde hay muerte”, frase que traduce lo más significativo de este ensayo.
En tal sentido, considero que el psicoterapeuta no puede ser neutral y objetivo, un ser sin
deseo y sin memoria (un robot que solo escucha), porque la pulsión de vida genera afectos y uno de ellos procede del vínculo psicoterapeuta-paciente. Considero esencial que el psicoterapeuta logre un determinado y muy particular afecto hacia el paciente que le permita generar una empatía de alta intensidad, basada en el afecto madre-hijo y que logre hacer que el “sanador” ingrese a la psique del ser que sufre, con la intención de mostrarle una nueva visión de su conflicto mental, de su sufrimiento, con la posibilidad de una salida.
Hablo de un psicoterapeuta comprensivo, capaz de movilizar de su pulsión de vida ese afecto único y particular que deja una huella profunda, positiva y constructiva en el paciente que, en el mejor de los casos, dirige la psique hacia lo sano. Así entendida, la pulsión de vida debe estar presente todo el tiempo en la terapia, sea en el paciente o en el psicoterapeuta.
El propósito del terapeuta, a mi criterio, es lograr que su afecto puro hacia el paciente cargado de pulsión de muerte, le brinde contención, comprensión, tolerancia y madurez, además de lograr la confianza del paciente par que éste exprese su malestar muestre, lo que permite, bajo la guía afectiva del terapeuta, un cambio en la perspectiva de su conflicto que aporte una visión más constructiva y positiva de los elementos que gravitan en su conflicto psíquico, para que el paciente pueda trabajarlos y elaborarlos, no solo en la sesión, sino entre las sesiones (en su soledad)
REFERENCIAS
-Freud Sigmund. Obras completas. Editorial biblioteca nueva. Madrid (España) 1948